El sexo y el miedo.
"Bienvenido al caos, porque el orden ha fracasado". La frase corresponde a Karl Kraus, vienés de los de antes, y a su manera resume el sentir de esa generación entre las guerras que vio cómo su mundo estable, fiable y perfectamente seguro se venía abajo. Stefan Zweig lo certificaba en su imprescindible 'El mundo de ayer', un repaso por todos los fracasos posibles. Y en ese desorden necesario, pocas sustancias tan inestables como el sexo. Pero eso, quizá, es cosa del pasado. O no tanto.
A pesar de liberaciones, revoluciones y emancipaciones, el sexo sigue manteniendo intacta su capacidad de asombro. Y de miedo, tal vez. 'Joven y bonita', de François Ozon, lo sabe. La película es consciente de que mirar el sexo de cerca aún provoca una sensación cercana al desorden. Asusta, intriga y nunca consuela. Y a ello se aplica con denuedo en su película: a enseñarlo todo, a dejar ver cada uno de los pliegues de su piel dulce. No es tanto pornografía como, ya se ha dicho, simplemente sexo.
La película cuenta la historia de una joven de 17 años, estudiante de día; prostituta de noche. 'Belle de jour' para nuevos tiempos. No hay más. O sí. La brillantez y riesgo de lo expuesto por Ozon consiste en alejarse de patrones, morales o denuncias con una elegancia ciertamente molesta. Incomoda en el mejor de los sentidos. Y eso, a estas alturas, con todos los vieneses de antes ya enterrados, sorprende. Por brillante.
La naturalidad como forma de agresión
'Joven y bonita' no es una historia de amor. O sí, pero al revés. En el cuerpo fundamentalmente bello de la actriz Marine Vacth, se deshace un cuento sucio sin pasión y sin dueño. Sólo sexo interesado y con el precio tatuado donde más se ve. La estrategia consiste en retratar cada detalle hasta convertirlo en algo tan evidente y natural que, en efecto, da que pensar. Quizá asusta. La naturalidad, como bien intuía Courbet en 'El origen del mundo', puede ser también una forma de agresión. Molesta la imagen impúdica de lo normal, sin artificios, sin leyendas explicativas, sin instrucciones de uso. Sin moral.
La idea es acercarse a lo crudo de la carne desde la más absoluta normalidad. Y eso, claro está, produce interferencias en el ánimo y pone en cuestión el más elemental (por básico que sea) código de valores. La joven no es tanto la víctima que dice el sistema judicial, que también, como la consecuencia hasta lógica de una sociedad incapaz de entender casi nada.
Y es aquí donde Ozon se detiene. Para cuando reparamos en que todo es demasiado normal, el daño ya está hecho. Nada parece normal cuando de lo que se habla es de sexo. La normalidad es una ilusión o, mejor, el síntoma más evidente de la enfermedad de todos.
La cámara discurre por cada una de las situaciones, extrañas y violentas, sin alarmarse. Cada encuentro furtivo se alimenta de su trivialidad. Sin vicio sin maldad sin asomo de miedo. O sí. La búsqueda del cinéfago Ozon consiste en desacralizar los límites, romper los tabúes. El naturalismo es también una dolencia.
La propuesta híbrida de Ozon, entre la tragicomedia, la crueldad y el esteticismo casi pornográfico, sirve igual para desentrañar las claves ocultas y prohibidas del despertar del deseo como para cuestionarse el sentido de casi todo. Forzadamente desestructurada, la película está ahí para despistar, buscar registros nuevos, llamar la atención. Características todas que mantienen con los ojos abiertos. Hiere, intriga y despista. Bienvenidos al caos, que diría el de Viena.
Fuente: http://creadess.org/index.php/informate/de-interes/temas-de-interes/26689-el-sexo-y-el-miedo
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