Mónica narra viaje hacia los Estados Unidos por “La Vuelta por México”
Mónica, nombre ficticio, decidió llegar a los Estados y lo hizo utilizando “La Vuelta por México”, un viaje del cual asegura que salió con vida por pura casualidad. “A mí nunca me llamó la atención viajar a los Estados Unidos, a pesar de que tengo muchos familiares aquí, pero un día no sé qué demonio se me metió en la cabeza y me dije a mí misma que debía irme. Pensé, cualquiera tira un brinco y fue todo”, dijo mientras sonreía a carcajadas.
De inmediato les comentó a algunos familiares las intenciones de irse ilegal, pero mientras algunos le dijeron que era muy vieja para embarcarse en esa aventura, 50 años, otros solo le aconsejaron que si lo había pensado bien, que le diera “pa’ lante”. “Busqué los contactos de los coyotes y estos me pidieron 12 mil 500 dólares para llevarme a los Estados Unidos a través de la “Vuelta por México”. Mi único miedo era cruzar el río Bravo que me pondría en Texas. Te lo juro”, expresó.
Sin embargo, a Mónica le esperaba enfrentar retos que ponían su vida en riesgos mayores que nadar en aguas turbulentas, pero esto lo descubrió cuando no podía dar marcha atrás. “Yo volé hacia Panamá, Nicaragua, Honduras y El Salvador, pero también recorrí largo trecho en carro, en bus, en mototaxi, a pie y en tráiler. En cada uno de esos lugares a los que llegué, no tuve problemas en migración, porque pagué para eso. Yo estaba bien protegida y cuidada”, informó.
Para distinguirla, tanto a ella como al resto que andaba en la misma aventura, les ponen brazaletes y sellos en los brazos.
El “Bajón en Guatemala”
Mónica salió de República Dominicana el día tres de mayo del pasado año con destino a Panamá, donde hizo la primera escala de siete horas. Arribó a Guatemala pasada las 12:30 de la madrugada del día cuatro. Previo a su arribo a ese país, narró que se hizo fotografías de cómo iba vestida y se las envió a un contacto que la esperaría allí.
Para garantizar que no la devolvieran a República dominicana, pagó además 2,500 dólares, por el “Bajón en Guatemala”, que no es más que la garantía de que cuando llegara a ese país, no la detendrían, y así fue, no le hicieron las preguntas reglamentarias dentro del aeropuerto y salió feliz.
Contó que antes de abordar el avión en Panamá hacia Guatemala, llamó su contacto y este le dijo que no había problemas con ella, que todo estaba arreglado y listo, que solo le iban a hacer una seña cuando estuviera en migración, por lo que debía estar atenta. “Cuando llegué a migración me pasó un hombre alto por el lado y me dijo al oído que me pasara para la fila de los varones. No vi una sola mujer en esa fila, pero me metí sin titubear. Entonces el señor que me atendió ahí me miró, me sonrió y me dijo bienvenida a Guatemala y me selló mi pasaporte sin hacerme una sola pregunta. Ya ese tenía sus cuartos en los bolsillos también”, manifestó con una carcajada.
Narró que en ese momento ella no sabía para dónde iba, pero a su salida del aeropuerto la interceptó un señor y le mostró una fotografía suya. Le preguntó que si esa era ella y la montó en un vehículo. “Me llevó para una casa y ahí fue que pagué el Bajón y entonces me llevó al hotel que yo había reservado. Al otro día llegó y me llevó desayuno, pero se portó de bien conmigo en esos dos días que duré ahí. Me llamaba y me preguntaba si me sentía bien y qué me hacía falta”, contó.
La llamada del coyote
Mónica entonces recibió la llamada de su coyote y este le manifestó que estuviera lista que pasaba por ella en horas de la noche. “Pero esa gente anda disfrazados, asustados y chivos. Cuando me recogieron, me cambiaron la maleta por una mochila donde eché algunas piezas que caben. Entonces pasaron a recoger a otras cinco personas más, incluso a una madre con su niña de siete años”, explicó.
Manifestó que había policías por doquier entonces, y el compañero le decía al conductor “métele la pata, métele la pata”, o sea acelera, acelera y nunca obedecieron las señales de parada de los agentes. “Esos agentes tienen una sed de cuarto que eso es lo último. Si los muchachos se paraban, tenían que pagarles dinero para que nos dejara ir, pero ellos no estaban dispuestos a perder dinero y durante dos días vivimos la experiencia más horrenda, corriendo a altas velocidades en carreteras que parecían interminables”, dijo.
A toda velocidad de noche sin luz
Contó que una de las experiencias de las que pensó que no saldría viva, fue cuando una patrulla de la policía les hizo parar en horas de la noche y el conductor apagó las luces del vehículo y aceleró hasta el máximo para perdérseles. “Yo cerré los ojos y empecé a orar. Le rogué a Dios por mi vida sin abrir los ojos. No podía más, pero cuando nos les perdimos a los policías, el chofer bajó un poco la velocidad y prendió las luces. Ahí me volvió el alma a la carne”, explicó.
Dijo que llegaron de madrugada a un punto que casi hacía frontera con México, que allí los bajaron del vehículo y les dieron las instrucciones para que abordaron una guagua. “Nos tiraron como gallinita vieja”. En ese lugar vieron varias patrullas de la policía y se escondió tras los hierros de unos talleres y no la encontraron, pero a los otros cinco que iban con ella, les echaron mano. Cuenta que al arribar a México, la llevaron a un lugar donde había más de 100 personas de diversos países, pero los fueron trasladando de un lugar a otro, dentro de ese mismo país, en medio de una especie de operativos envueltos en una estela de miedo terror.
El viaje en un tráiler
Mónica narra que en México la subieron en un tráiler junto con un grupo que superaba las 300 personas y ahí fue que empezó la verdadera aventura. “A nosotros nunca nos dijeron que teníamos que viajar en tráiler. Estábamos en un lugar con los coyotes, esperando supuestamente unas guaguas. Tras un par de días de espera vimos ese furgón y lo parquearon frente a nosotros. Ahí había personas en sillas de rueda, con muletas, abuelos, mujeres embarazadas, paridas y más”, expresó.
Mónica contó que antes de abordar el tráiler les dieron una especie charla y entre las cosas que debía o no hacer era orinar antes de entrar, no tomar agua, apagar los celulares para evitar ser detectados y guardar silencio. “Cuando el tráiler llegó estaba medio de gente. Nos metieron en ese lugar oscuro y caliente. Colocaron a los hombres de pie al fondo del furgón y sin camisas y a las mujeres sentadas adelante y les dijeron que si preferían, podían quitarse las blusas y quedarse con los bra”, comentó.
Ahí comenzó un viaje de 17 horas a toda velocidad, a oscura, sin ventilación, metidos en esa caja que solo paraba en los chequeos. “Yo no sentía hambre ni calor, solo me consolaba que iba para los Estados Unidos y que estaba viva y bien”, dijo.
Cuenta que cuando el tráiler llegó a Monterrey, los bajaron en una construcción abandonada, pero como de la nada aparecieron cientos de taxis. Entonces cada uno tenía una clave a la cual debían estar atentos para cuando alguien la dijera y así abordar el taxi. “Mi clave era Oscar y ese era mi coyote. Me llevó para su casa junto a una mujer parida y nos compró comida”.
Dijo que ahí duró dos días, esperando que sus familiares le hicieran un depósito de otros 2 mil 500 dólares a su coyote para seguir el viaje. “Entonces me encaminó a otro punto y cerca de la ciudad Alemán en México allí me junté con unos dominicanos y caímos presos todos. Luego de ser liberados, nos agarró otro muchacho y nos condujo a otra zona cercana al río Bravo”, precisó.
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