Su hija fue diagnosticada con sordera; hoy Juana es maestra en lenguaje de señas
Hace justo 18 años de ese día, en el que Juana Jiménez entró al quirófano con tan solo 30 semanas de embarazo. El parto se había adelantado y la cesárea era inminente. En esas circunstancias, llega Sarah al mundo con menos de tres libras y con pocas expectativas de vida.
Cuando estaba incubada la pequeña contrajo una bacteria, lo que tornó su situación aun más delicada. El pronóstico era reservado, pero mientras pasaban los días, Sarah se aferraba más a la vida.
“Recuerdo ese día cuando fuimos mi esposo y yo a recibirla, el doctor me dijo cuídela que nosotros como médicos, pudimos ver hasta dónde la ciencia alcanza y tenemos que reconocer que su hija es un milagro de Dios”, narra a elCaribe la señora Jiménez.
Pero las complicaciones a las que fue sometida desde su nacimiento, causaron secuelas importantes en Sarah. A la edad de dos años, fue diagnosticada con deficiencia auditiva. Ese día, Juana salió pálida del consultorio: no podía asimilar la noticia.
“Mira, tu hija es sorda tienes que buscar ayuda, tienes que tocar puertas (le dijo la especialista). Uno se siente en medio del cielo y la tierra. Esa información es como que el cerebro no la procesa”, dice. Con la niña en brazos, se dirigió hacia su casa. “Recuerdo que iba todo el camino con el pensamiento completamente neutralizado”. Al llegar, sorprendentemente, cobró fuerza y asumió una actitud positiva.
“Asumí mi papel de madre y esposa. Senté a mi esposo y le dije me acaban de dar un diagnóstico y la niña tiene deficiencia auditiva, sordera. Nosotros vamos hacer lo que hay que hacer como padres, mientras Dios hace su trabajo. Con la niña en medio de nosotros, nos miramos, hubo un silencio, pero esas palabras sellaron un compromiso de nosotros como familia”, cuenta.
Sabían que Sarah necesitaría mucho de ellos. Asegura que nunca fueron padres ausentes con sus dos primeros hijos, por lo que su tercera hija no sería la excepción.
Debido a su cuadro clínico, en sus primeros años de vida, la niña presentó problemas de motricidad y retraso al caminar, situación que fue corregida con terapias y estimulación temprana.
Así fue como, términos técnicos como “potenciales evocados” y “audiometría” ya les eran muy familiares a todos en la casa. No había tiempo que perder, el primer paso fue buscar un lugar donde Sarah y la familia pudieran aprender de las herramientas comunicativas.
Querían conocer lo que pensaba Sarah, cuáles eran sus aspiraciones y preferencias. Estaban a punto de descubrir una nueva forma de comunicación en la que se ausentan los sonidos: la lengua de señas.
Es cuando conocen de la Escuela Nacional para Sordos, donde Juana encontró el apoyo necesario para el desarrollo y educación de su hija.
“Cuando asumimos responsablemente el diagnóstico, comenzamos a proyectarle esa seguridad, amor y confianza. Contamos con una niña saludable y una niña feliz”, expresa.
Afirma que nunca la acondicionaron a la comunidad oyente, sino que procuraron que dentro de las estrategias para comunicarse con una persona sorda, pudiera surgir esa química.
“Nos enamoramos de esa comunicación, la cual nos permite tener esa cercanía”, dice respecto a esa particular forma de expresión en la que los gestos y las manos son el vehículo para los mensajes.
Agrega: “Simbólicamente nos inscribimos en la escuela con nuestros hijos. Éramos padres, presentes y Sarah no iba a ser la excepción” .
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