No han pasado 15 días y ya ha quedado fuera de agenda el amordazamiento, violación y muerte de la niña de cinco años en Villa Faro, municipio Santo Domingo Este, por parte de tres menores (16, 13 y 10 años).

Ese es uno de nuestros grandes problemas. La espuma subió a lo máximo desde mediados de este julio, 2016. Muchos, por sentimiento real o moda, desenvainaron sus discursos plañideros; otros recomendaron leyes más drásticas para luego –como siempre– ellos mismos pisotearlas; otros evacuaron sentencias radicales a través de su rabia simulada… Y ya. Sigue la fiesta a la espera de otra razón para lo mismo, que quizás ha sucedido justo hoy.

Se sabe algo de la madre, de la abuela y del padre, y de sus niveles de responsabilidad. Igual de la escolaridad de los autores. Y hasta de la atribución ligera del caso a problemas mentales en el mayor del trío, sin ningún aval psiquiátrico a mano. Hay grandes vacíos; faltan historias… y contexto para la comprensión del problema.

Ha faltado la vida del barrio, que es la misma de todos los suburbios del país: carencia generalizada y desatención oficial y empresarial, de un lado; y del otro, oferta mediática para el consumo desmedido, y la opción más socorrida para la evasión del sufrimiento: drogas, alcohol y cigarrillos, más una jugadita en la banca, por si la “chepa” ronda algún día. Un callejón sin salida.

Quienes han sobrevivido al barrio –que es mayoría– son héroes y heroínas. Muchos de los humanos que lo habitan son presas de hacinamiento insufrible, desempleo, insalubridad, falta de espacio para el entretenimiento sano, servicios públicos muy deficientes, escasez de agua potable, enfermedades. Allí, lo único que sobra es la oferta de vicios, y los principales oferentes son los todopoderosos narcos, quienes conocen muy bien la vulnerabilidad de los carenciados.

En el barrio, los niños muchas veces no son niños. Porque la realidad los convierte en hombres a destiempo. Si la televisión es escuela de violencia y otras malas prácticas, la calle es peor. Si la familia está desarticulada, a causa de mil razones (comenzando por el empobrecimiento continuo), la calle es peor. El desorden familiar es grande, pero mayor la irresponsabilidad social.

¿Qué producto veían los matadores en la televisión?

¿Qué practicaban en los juegos tragamonedas?

¿Con quién se juntaban en las calles?

¿Qué discursos escuchaban de los “tígueres” del barrio?

¿Cuál era su referente y cuáles sus expectativas?

¿Cuál es el patrón de prestigio social que le estrellan cada segundo en los ojos?

¿Qué tal quienes los engendraron y los parieron?

¿Cuál dominio ejercía el de 16 sobre los de 12 y 10 años, porque muchos de los malhechores que asaltan y matan en vías públicas y casas arrancan en sus faenas con edades más tempranas que él?

¿Por qué han publicado las fotografías de ellos y ella, si no lo hacen cuando se trata de los delincuentes hijos de personalidades?

Faltan preguntas y respuestas. Porque no son los únicos culpables, aunque solo ellos purguen tres cadenas perpetuas consecutivas por ser autores materiales del crimen.

Pero con la urgencia que llegó la información retorcida (un niño enajenado mental mató a…), con ese mismo apremio se ha esfumado.

Y el cuento ha terminado. Venga el siguiente.

Fuente: http://www.7dias.com.do/opiniones/2016/07/26/i214642_quien-matoa.html#.V5emUO597cv